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La creación como excusa del cuerpo para aferrarse a la vida

 

Cuando hablamos sobre la enfermedad, suelen ocurrir dos cosas en nosotros: o recordamos la enfermedad de un ser querido, o recordamos algún momento en el que nosotros mismos padecimos de algún mal. Sucede por lo general cuando hablamos con alguien que nos está contando sobre su dolor: en vez de escucharlo, traemos a la conversación historias con contenidos relacionados con el dolor de otras personas, y convertimos un intento de desahogo en un intercambio de relatos parecidos, con la pretensión de hacer parecido todo entre nosotros. Si bien no es una regla general, ese es el resultado de nuestra inexperiencia para tratar tanto el dolor propio como el dolor ajeno.

Catalina Carmona Balvín, curadora.

La enfermedad se nos convierte entonces en un espejo, un espejo que refleja ese miedo al dolor que todos hemos aprendido a ignorar, pero que está presente en todas nuestras acciones cotidianas.

Orientamos nuestros esfuerzos a no tener dolor, pero el dolor hace parte de la vida, no podemos vivir ignorándolo, permanece acechante a lo largo de nuestra existencia. En este caso específico, hablamos del dolor de la enfermedad.

Esta exposición reúne reflexiones en torno a la vulnerabilidad, al miedo, pero también en torno a la compasión, y a los recursos a los que apelamos como salvavidas ante el dolor que nos sumerge en la confusión, en lo irreal. El proceso creativo se ha convertido aquí en un medio de escape de la soledad del dolor, para ponerlo en evidencia, para sacarlo del cuerpo y gritarlo a través de una pintura, de una escultura, de un dibujo. Sin importar el medio, la idea aquí es expulsar al mundo una íntima sensación lacerante que al compartirse deviene en mecanismo para sobrevivir a ella misma: para vivir. ¿Qué otro trabajo conoce el artista que no sea expulsar imágenes de su mente?

Anamnesis.

Beca para la Creación en Artes Plásticas y Visuales.

Convocatoria Departamental de Estímulos a la Investigación, Creación y Producción Artística.

Secretaría de Cultura, Gobernación del Quindío.  

2017

Hablemos desde lo frágiles que son nuestros cuerpos. Pensémonos desde nuestra debilidad.

Sepámonos vulnerables, modificables, en proceso de descomposición.

 

Laura Hernández

El pensamiento occidental, a través de la publicidad para el consumo y la modulación de los estereotipos de belleza, vende la idea de cuerpos perfectos, sanos, y ausentes de sufrimiento.

Para una sociedad que consume permanentemente estas imágenes, ser un cuerpo enfermo se convierte en una lucha doble: contra el dolor, y por la apariencia.

No se trata de hacer una oda a la presencia del dolor en nuestras vidas, se trata de poner en evidencia la actitud generalizada frente al dolor y a las personas que lo padecen. Sufrir por causa de una enfermedad cambia la estructura mental de un sujeto, su forma de percibirse a sí mismo. Es estar al límite de manera permanente entre lo instintivo y lo racional, porque en todo momento está presente el juego de la supervivencia, la capacidad de ser autosuficiente o de no estar ligado a los miedos y vergüenzas que ello representa. Es saberse fuerte y cobarde —dependiendo del momento o del medicamento—, es estar cansado, cansado siempre, y aun así hallar una fuente de energía para salir adelante.

El dolor nos hunde, nos hunde en nosotros y en nuestros miedos, pero, paradójicamente, nos compele a hacerles frente y no nos deja ignorarlos o distraerlos. El dolor es una presencia que nunca se va, ni siquiera cuando dormimos, que logramos apagar por un rato el resto de las preocupaciones de la vida. El dolor no, el dolor se acuesta con nosotros y nos pincha con su aliento. El dolor es una incomodidad permanente, incomprensible.

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